Trilogía Claus y Lucas - Agota Kristof

Escritora húngara (1935-2011)
Libros del Asteroide, 2019.

El gran cuaderno es la primera parte de la trilogía Claus y Lucas, seguida por La prueba y La tercera mentira
Se trata de una novela de una intensidad abrumadora. Inicia cuando la madre de los gemelos idénticos los lleva a casa de la abuela para que puedan sobrevivir a la guerra. No se aclara de cuál guerra se trata, pero puede deducirse que se refiere a la Segunda Guerra Mundial. 
Es así como de pronto los chicos se ven inmersos en un mundo hostil con una abuela que parece odiarlos, que no se lava nunca y que incluso interfiere con el dinero y la ropa que la madre les envía de vez en cuando para que nunca lleguen a sus manos. No han podido permanecer en su ciudad de origen porque es constantemente bombardeada y se han quedado sin recursos.
“Ya no tenemos nada que comer en casa, ni pan, ni carne, ni verduras, ni leche. Nada.” 
En ese pueblo, por demás pintoresco, los niños sobreviven como pueden. Destaca en ellos una inteligencia notable y pronto empiezan a entrenar sus mentes y sus cuerpos para sortear la adversidad mientras escriben lo que ven y lo que oyen en un gran cuaderno. 
Viven en la casa también un oficial y un ordenanza y ambos intervienen para ayudarlos. 
A la abuela la conocen en el pueblo como “la bruja”, porque creen que mató a su marido. Ella a sus nietos los llama “hijos de perra” (se nota un encono terrible hacia su hija, madre de los chicos). 
Paulatinamente, Claus y Lucas se van imponiendo. Hacen los trabajos que les destina la abuela, también estudian y hacen ciertos ejercicios de entrenamiento para poder fortalecerse psicológicamente ante el maltrato y el infortunio. Es así como se ven obligados a dejar de echar de menos a la madre, sus cuidados y sus mimos. Tendrán que olvidarse de palabras amables y liberar la carga sentimental. 
“Nuestra madre nos decía: ¡Queridos míos! ¡Mis amorcitos! ¡Mi vida! ¡Mis pequeños adorados! Cuando nos acordamos de esas palabras, los ojos se nos llenan de lágrimas". 
Los ejercicios mencionados resultan interesantes, sorprendentes incluso. Con el del endurecimiento del espíritu se insultan entre ellos tal como los injurian otros individuos, hasta que consiguen indiferencia. Se hacen fuertes como pueden. Además saben leer, escribir y calcular. Se preocupan por aprender día a día y dejar registro en el gran cuaderno de hechos concretos y nunca de apreciaciones o emociones personales. Los niños, agobiados por la adversidad, prefieren no mostrar sentimiento alguno y de preferencia ni siquiera albergarlo. 
Van creando una moralidad propia en la que se puede matar si es necesario, habiendo también empatía, agradecimiento y deseos de ayudar, aunque hayan construido un muro a su alrededor. 

Otro de los ejercicios consiste en ayunar y es justamente cuando la abuela aprovecha para guisar un pollo y comérselo ella sola en sus narices. 
También practican el ejercicio de la inmovilidad y el de golpearse con saña; de matar animales no por gusto, sino para hacerlo cuando haya necesidad, aunque en esta práctica llegan a la crueldad. 
Se van volviendo invulnerables, intentan ayudar a otros, pero ante la tragedia se quedan impávidos al grado de parecer perversos sin serlo. 

Y así van afrontando la soledad, el maltrato y las vejaciones, al grado de que nadie quiere meterse con ellos. Ademas, esa presencia simultánea con voz al unísono en la novela contiene una fuerza avasallante. 
La abuela es mala, resentida, amargada. Toda una bruja en verdad. Aunque en un momento dado surge en ella un atisbo, solo un atisbo de algún interés hacia sus nietos. 

El hilo conductor es la barbarie en la que se cae en tiempos funestos; hay deshumanización pero también cierta compasión. 

La opinión femenina de la guerra queda delimitada por ciertas aseveraciones: 
“-Tú, cierra el pico. Las mujeres no han visto nada de la guerra. 
La mujer dice: 

-¿Qué no hemos visto nada? ¡Imbécil! Nosotras hacemos todo el trabajo, tenemos todas las preocupaciones: alimentar a los niños, cuidar a los heridos… Vosotros, una vez que acaba la guerra, sois todos unos héroes. Muertos: héroes. Supervivientes: héroes. Mutilados: héroes. Y por eso habéis inventado la guerra. Vosotros la habéis querido; ¡hacedla pues, héroes de mierda”.  

Es el cura del pueblo quien sintetiza en una frase el fondo del asunto, al darles la bendición a los niños: 

“Dios todopoderoso, bendice a estos niños. Sea cual sea su crimen, perdónalos. Ovejas descarriadas en un mundo abominable, ellos son víctimas de nuestra época pervertida y no saben los que hacen”. 
A continuación llega el fin de la guerra con prisioneros, más hambre, robos, saqueos y muertes violentas. 
El libro es conciso, de capítulos cortos. No da tregua. Las imágenes avanzan incesantes en medio de una guerra que corroe los espíritus y mina los cuerpos. Algunos se hacen fuertes y logran sobrevivir sin que la insensibilización los hunda del todo en el abismo. 

En el segundo libro, La prueba, Claus ha cruzado la frontera y Lucas se ha quedado solo en casa de la fallecida abuela. 
Al verse sin su hermano, Lucas entra en una especie de automatismo y son sus vivencias las que se plasman en esta parte de la trilogía, así como su historia con Mathias, un niño contrahecho al que acoge con cariño. 
Aparecen otros personajes que condimentan la trama con más anécdotas de pérdida y tristeza; esfuerzos por sobrevivir a la guerra sin el apoyo de los seres queridos, historias tristes de soledad, insomnio y desesperación. 
La prueba más dura de Claus y Lucas fue la de haber decidido separarse con la posibilidad de no volverse a ver, una prueba terrible llevada al extremo. 

Y aquí comienza el enredo que será objeto del tercer libro, porque resulta que en un momento dado ya no sabemos si es cierto todo lo narrado y las interrogantes empiezan a dominar la trama. 

La tercera mentira, último libro donde ya no se alcanza a comprender si las situaciones planteadas en las entregas anteriores fueron verdades o mentiras. Una posibilidad es que los hechos se hayan contado como se deseaba que hubieran ocurrido al llegar al punto en el que comenzaron a hacerse insoportables o , si cabe, más atroces aún. 

Aparece un personaje que cojea que tiene una enfermedad grave y mucho dolor, podría tratarse de Mathias (o no). El caso es que él narra una versión de los hechos totalmente enrevesada, resulta que incluso el gran cuaderno podría estar cuajado de mentiras: "No digas nunca la verdad".
Se cuenta, por tanto, una versión distinta donde Claus y Lucas quedan desdibujados. El trauma de la guerra hace que no se recuerden las cosas como tal, que se prefiera soñar unas y suponer otras para reducir su impacto. 
Entonces nos hemos enfrentado a unas historias "que no son verdad pero que podrían serlo". 
Claus y Lucas van alternando posibilidades, anécdotas muy tristes, universales ocasionadas por la guerra. Todo tipo de gente desfila por estas páginas, las historias se confunden, se entrelazan, sería insensato intentar encontrar un sentido lógico a esta vuelta de tuerca, aunque la narración se puede seguir perfectamente si hacemos caso omiso de las intromisiones. 
El final es desolador, vidas sin esperanza. 
Me recordó a otros libros sobre el tema en los que la gente deportada que lograba volver al lugar de origen se encontraba con sus casas ocupadas e incluso sus nombres usurpados. 

Probablemente no sea una lectura para todo el mundo, aunque se trata de una obra extraordinaria, reflejo de una época triste, de esencia adulterada, dura y descarnada.


Agota Kristof

*Imagen tomada de Internet

2 comments:

Lectora Empedernida said...

Lo tengo en pendientes desde hace mucho, es un libro que sé que me hará sufrir y que, como bien señalas, no es quizás para todo el mundo. Pero siento que lo disfrutaré en cierta forma y le daré su oportunidad sí o sí. Pero quiero que sea en un momento en el que me apetezca realmente... Gracias por hablarnos sobre él. Un saludo.

RebecaTz said...

¡Hola, Lectora! Te aseguro que cuando menos el primer libro te va a encantar y de hecho me gustaría conocer tu opinión sobre los otros dos también. Saludos.