La dependienta - Sayaka Murata

Escritora japonesa, 1979.
Duomo ediciones, 2020.
Premio Akutagawa, 2018.

Keiko Furukura es una mujer que a los treinta y seis años ha sobrepasado la edad en la que normalmente se contrae matrimonio y se tiene hijos. Además trabaja en una Konbini, un supermercado japonés de 24 horas y su sueldo no es equiparable al de sus amigas casadas. 

Este tipo de empleo, en el que ha estado durante años, es solo por horas y no fijo como sería conveniente a su edad, cosa en la que se insiste una y otra vez: el empleo por horas es apto para estudiantes o gente muy joven. Es por esto que a Keiko se le podría llegar a considerar como “un lastre para la comunidad y un desperdicio humano”. 

Keiko ha logrado adaptarse a la Konbini porque en ella no hay novedades o exigencias sorpresivas. Las acciones en la tienda deben repetirse una y otra vez:  acomodar la mercancía, saludar a los clientes, cobrar… Esto le produce una profunda sensación de seguridad y adaptación.
“Mientras con el cerebro interpretaba la información procedente del sinfín de sonidos repartidos por toda la tienda, con las manos ordenaba los ongiri que acababan de llegar.” 
Porque Keiko es distinta a los demás. La autora no nos aclara si se encuentra en algún rango del espectro autista o si más bien decide ponerla en un extremo para que el término normalidad quede fuera de su alcance. El caso es que Keiko tiene graves problemas de interacción social, le es muy complicado comunicarse y por esto tiende a copiar la forma de vestir, hablar, moverse y gesticular de sus compañeros de trabajo. Es así como logra encajar, camuflarse entre los demás. 

Keiko recuerda haber sido rara desde niña porque había sentimientos que simplemente no comprendía, como la ocasión en que los niños de su clase lloran al ver a un pajarito muerto mientras que ella solo atina a pensar que debían comerlo. De acuerdo a esta anécdota no sirven de nada los intentos de la madre por suscitar compasión en ella, aunque Keiko es lo suficientemente lista como para darse cuenta de que hay cosas que están fuera de su alcance y que conviene ser prudente. 
Sus padres la tratan bien y ella sabe que no quiere disgustarlos, así que pronto aprende a imitar a otros en todo, a obedecer órdenes y sugerencias dejando de actuar por cuenta propia. 
Tal es la forma en la que Keiko va sobreviviendo en un mundo incomprensible y hostil. 
“Creo que así es como sobrevive la humanidad: por contagio.”
Los padres anhelan “curarla”, desean verla integrada a la sociedad. Al llegar a adulta decide independizarse y lo consigue gracias a su trabajo como dependienta en la Konbini, donde al fin se siente a sus anchas. 
“Entonces sentí por primera vez que formaba parte del mundo, como si acabara de nacer. Aquel día había surgido una nueva pieza que encajaba con total normalidad entre los demás: yo.”
Ahora Keiko lleva dieciocho años trabajando en la tienda y ha cumplido de edad treinta y seis. Continúa con el proceso imitativo que caracteriza al ser humano en la infancia, pero sin lograr en ningún momento desarrollar una personalidad y carácter propios.
“A los ojos de los demás, yo debía de ser una ‘humana’ que llevaba un bolso acorde a mi edad y mantenía exactamente la distancia adecuada al hablar, ni demasiado íntima ni demasiado brusca.”
Y es que Keiko además bebe líquidos sin sabor y come comida insípida. No sabe disfrutar, solo vive o sobrevive como un autómata: “Hiervo los ingredientes y me los como. No necesito que estén sabrosos”. 

Su familia y amistades desearían verla casada y con hijos, la situación empieza a volverse apremiante y la presión social mucho mayor. Quieren que ella les dé algún elemento para poder considerarla parte de ellos.
“La gente se cree con derecho a escarbar en aquello que considera raro hasta dar con una explicación.” 
Keiko ingresa entonces en una espiral de incomodidad al intentar dar gusto a otros para evitar reproches y este es el punto de partida para el final que no voy a revelar. 

Se trata de una lectura muy sencilla e interesante sobre un mundo en el que hay que actuar de acuerdo a una guía preestablecida. Por suerte no es igual en todas partes, a Keiko le ha tocado vivir inmersa en una sociedad tradicionalista que la considera enferma, por lo que ella sobrevive bajo la presión de que debe sanar en algún momento, aunque para ello deba traicionar a su peculiar naturaleza.

Sayaka Murata

*Imagen tomada de Internet

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