Mi marido es de otra especie - Yukiko Motoya

Escritora japonesa, 1979.
Alianza Editorial, 2019.
Premio Akutagawa, 2016. 

Un día Sanchan, protagonista de esta historia, se da cuenta de que empieza a parecerse a su marido. Sin embargo, su hermano y la pareja de este, que han estado juntos por más tiempo, no son tan semejantes. Se abre la cuestión de si es lo mismo vivir juntos a estar casados, porque pareciera que el matrimonio es lo que realmente conduce a este hecho, aunque seguramente la fusión depende más bien de las personalidades de cada uno.
“Era como si el aspecto de cada uno se fuese aproximando gradualmente al del otro.” 
En el jardín del condominio donde vive, Sanchan suele conversar con la señora Kitae, quien le narra la historia de una pareja conocida suya que terminó por ser fisicamente idéntica y lo mismo en cuanto a gustos culinarios. Le cuenta también que años después, en otro encuentro, vio que esa misma pareja volvió a ser tan distinta como en un principio; la mujer le reveló que lo consiguió gracias a una piedra que debía ser colocada en sustitución de uno de los dos: la piedra terminaría por adoptar los rasgos del otro. Me gustó mucho esta idea de colmar de simbolismo algún objeto con tal de conservar la independencia mental. 

Sanchan percibe cómo el rostro de su marido no varia mucho en presencia de la gente por aquello de conservar las apariencias, mientras que en casa el aspecto se va modificando en cuestión de milímetros que solo ella es capaz de percibir. 
El esposo de Sanchan vive feliz ingiriendo frituras y mirando la televisión, mientras procura que su mujer lo siga en dichos placeres, aunque ella no parece muy convencida de hacerlo. 
“Debía de creer que, una vez nos hubiéramos asimilado el uno al otro, yo dejaría de ser otra persona.” 
Sanchan, en el fondo, posiblemente querría conservar su autonomía, pero ha entrado en una zona de confort como ama de casa de la cual sería complicado salir.
“Mi vida no se diferencia de estar exiliada en una isla”. 
El motivo del matrimonio parece haber sido un acuerdo tácito de convivencia que los llevaría a amalgamarse en una vida anodina, sin grandes cosas que contar y con placeres superfluos como el comer, beber o ver un programa banal en el televisor. Esto podría llevar a cualquiera a perder la individualidad, el sentido de la vida, a olvidarse de cualquier objetivo tangible. En este sentido los rasgos de humanidad se van desdibujando paulatinamente y la experiencia vital queda adulterada por una convivencia malsana. 
En este caso parece ser Sanchan la que se lleva la peor parte, porque sin un trabajo o alguna motivación que la empuje fuera de casa, se ve condenada a la asimilación al marido, lo cual llega al extremo de un intercambio de roles: como quitarse una piel masculina y ponerse otra de índole femenina. 
“Aquella cara, que no veía desde hacía tiempo, era un compuesto de dos caras, a medias la mía y a medias la suya. No sabía si echarme a reír o llorar.” 
De todo esto puede deducirse que conservar la esencia a toda costa o elegir asimilarse al otro para fomentar la unión y convivencia son los temas principales de esta obra. Sin embargo, engullir al otro o dejarse engullir no parecen ser la misma cosa, ya que existe el ente dominante que hace que el otro pierda la esencia original, siempre y cuando esté dispuesto a permitirlo. 
En esta novela el ente dominante lo será hasta el final, incluso bajo una forma de vida distinta y sometiendo a otros (vale la pena leer este final simbólico del libro). 

Podría decirse que esto ocurre en la sociedad japonesa debido al machismo imperante que pretende destacar ante todo la voluntad y la personalidad masculina sobre la femenina, pero me parece que en realidad esto no tiene por qué pasar únicamente en este tipo de culturas o contextos. La sola convivencia entre dos seres con temperamentos distintos puede conseguir el mimetismo entre ambos o el dominio de uno sobre el otro. 

Complementan a esta novela corta tres relatos (Los perros, El Baumkuchen de Tomoko y Un marido de paja), todos más o menos fantasiosos, con desapariciones y transformaciones del mismo corte. 

Me cuesta decidir si lo recomendaría o no porque en realidad no se profundiza demasiado en los temas abordados, aunque sí da para pensar y conversar sobre ello. Me viene a la mente el horror que debe ser pensar, actuar o alimentarse en función de alguien más; adquirir sus ideas sociales, políticas y religiosas para llegar a ser “uno mismo”. ¡Uff!

Yukiko Motoya

*Imagen tomada de Internet

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