Los demonios de la lengua – Alberto Ruy Sánchez

Punto de Lectura, 2008.
Escritor mexicano, 1951.

“El demonio está en la mente de los hombres: su nido es la idea misma de santidad, de perfección, de cielo en la tierra.”

Leí este libro hace tiempo, pero una nueva edición ampliada me llevó al reencuentro con la alucinante historia de cierto predicador, cosa que, como en la primera ocasión, hice casi sin pestañear.

En relación a la versión anterior, las principales diferencias que pude encontrar son el notable incremento explicativo en el prólogo más el anexo de una especie de relato titulado El olor del sueño.

El escritor empieza por hablar de esta versión aludiendo a un conocimiento más profundo de los misterios del Tratado sobre los demonios de la lengua, cuyas hojas fueron escritas por medio de un espejo y en un idioma extraño que le ha costado ir descifrando. Los papeles originales se los entregó el dueño de una librería parisina que se aseguró antes que nada de que dichos textos fuesen leídos a través de la duda, piedra angular de la narración.

El autor a quien se atribuye el tratado es Juan Antonio Llorente, quien fuera comisario y secretario del Santo Oficio, y en 1801 expulsado de la congregación por haber escrito obras reformistas. Llorente fue condenado al exilio y cuando al fin pudo volver a España murió al poco tiempo con la lengua dolorida e inflamada. Este sacerdote había confiado oportunamente sus papeles a un judío, cosa que jamás hubiera cruzado por la mente de los inquisidores por tratarse de “la personificación del demonio”, y es así como llegaron en nuestro tiempo a las manos del escritor del libro que nos ocupa.

Tratado de los demonios de la lengua atribuido a Juan Antonio Llorente

“En la noche sin nombres, sin respuestas, sin orillas; en la noche muda de nuestro cuerpo, aguardan impacientes los demonios de la lengua.”

En esta parte se narra la historia de un predicador jesuita cuya lengua medía “medio metro y algo más”. En un principio se habla de la vanidad como su primera debilidad, la “vanidad del que se siente más cerca de Dios por tener la lengua más larga, más útil a su causa…” Un demonio aprovecha esta circunstancia para introducirse en él y la realidad y la metáfora de las dimensiones de la lengua se magnifican por medio del gran poder de oratoria y convencimiento del predicador.

El jesuita comienza a transformar los placeres más simples en culpa, por lo que gozo y oración se suceden continuamente al buscar un camino redentor; cielo e infierno aparecen entrelazados por actitudes y conductas cotidianas donde el pecado aparece a cada instante.
La supuesta aparición de un ángel y un cisne es el detonante que propicia el ambiente onírico y disparatado en que el predicador vislumbra escenas engañosas entremezcladas con impulsos claramente sexuales que en el plano real lo inquietan sobremanera:
“En la agitación que siguió dentro y fuera de sí mismo, al monje le vino por un instante la sensación de que ahí, tirado en el suelo, apuñalaba a un cisne que quería violarlo. Luego, él mismo era el cisne que violaba al ángel, y finalmente él había sido el ángel mientras desechos de nube vieja le habían caído en las manos.”
El predicador entra en un estado febril y “místico”, lo cual provoca desconfianza en la comunidad: en una religión de intermediarios, las iluminaciones directas son difíciles de aceptar. El ángel continúa surgiendo en su mente en forma lúbrica y las dudas sobre el bien y el mal empiezan a torturarlo. Aun así, colmado de la angelical presencia, pretende ser un elegido: sus sueños húmedos denotan placeres ignotos que se empeña en deificar. El tono blasfemo aparece a través de imágenes cristianas y la inquietud sobre la presencia de Dios o del Mal encarnado en la aparentemente límpida figuración se vuelve tormentosa.

No voy a ahondar más ni a descubrir el desenlace de esta historia (que me resultó fascinante por segunda vez), así que pasaré directamente al anexo antes mencionado, con el cual cierra la obra:

El olor del sueño. El tormento heterodoxo de Marcelino Menéndez Pelayo

Ya en el prólogo se nos advierte sobre el encono de don Marcelino hacia el dominico Juan Antonio Llorente, para él un “modelo de cura herético y traidor a la patria”. Pero ni siquiera este erudito de los siglos XIX y XX estuvo exento de los poderes demoniacos, ya que según una tradición oral que más tarde se fijó por escrito, los demonios de la lengua se apoderaron de sus sueños a través del fruto prohibido que lo remitía en las siestas intranquilas a los pechos de la andaluza Juana, mejor reconocidos como manzanas de las cuales saboreaba lechosos jugos. Pero el fruto llevaba implícito el castigo ulcerándole la lengua mientras el Bien y el Mal se disputaban el dominio del órgano parlante.

La incursión a la religiosidad de una época inmersa en los opuestos del bien y el mal y en la estrechez de miras se impone en una obra primorosamente labrada donde convergen diversos elementos que ejemplifican las voces o las conciencias de aquellos días y donde los linderos inciertos de la ficción y la realidad redundan en un mayor impacto en el lector.

Imagen: El sueño de la razón produce monstruos, Francisco de Goya.

7 comments:

Gabriel said...

Leyendo tu recomendación entiendo que te tomaras tu tiempo para elaborarla ^^

Creo que alguna vez me recomendaste este libro, junto con algún otro del autor, pero finalmente descarté su lectura por razones puramente monetarias. Un criterio como otro cualquiera para seleccionar lecturas y que suelo usar con frecuencia XD

Gracias por volver a recordármelo :)

RebecaTz said...

Ayer todavía pensaba en Las batallas en el desierto porque lo releí recientemente, pero al no encontrarlo en la estantería tuve que decantarme rápidamente por este otro título que me encanta. Es por esto que cumplo con el reto en domingo y no ayer como habíamos quedado... ^ ^

Es cierto que ya te había recomendado a Alberto Ruy Sánchez, aunque en realidad sólo le he leído este libro (tengo Los nombres del aire en la pila). :D

¡Qué buen reto compartido! Un abrazo.

María said...

No conozco libros ni autor...pero los títulos no me atraen mucho. Por lo que cuentas, tienen su enjundia. Seguramente que están muy bien narrados.
Lo que dices, atrae, como siempre...pero en este caso, dudo mucho que llegue a leerlos. Quizá en otro momento.
Un abrazo grande (me encanta, como siempre, leer tus reseñas).

RebecaTz said...

A mí el tema de la Inquisición y sus demonios me llama la atención, María, pero sin duda no es algo que atraiga a todos los lectores..
¡Un abrazo!! :D

Carolina said...

Querida,
Me gustó la anécdota del predicador con la lengua muy larga y el asunto del cisne. Además, de esa estrecha y pecadora relación entre el sexo y la divinidad.
¿De quién es la ilustración? Alguna vez tuve el dato, pero ahora no recuerdo. ¿Es un artista mexicano o estoy inventando?
Sigo a la espera de los próximos 29.
Mientras tanto: saludos.

Richard said...

¡Hola Andrómeda! No sabía nada del escritor, pero según tu reseña, esto me parece ser un libro interesante. Ahora voy a esperar para ver lo que dices sobre los otros 29 del reto, je je. ¡Un saludo cordial!

RebecaTz said...

Carolina, lo que mencionas sobre el sexo y la divinidad está muy bien conseguido. Los placeres místicos y los sensuales quizá no difieran mucho al llegar al momento extático... :P
La ilustración es de Goya (se alude a ella en esta obra).
¡Un abrazo!!

Hola, Richard, este libro es de un autor prolífico y muy conocido en México, aunque me parece que aún no ha trascendido fronteras, o al menos no como para ser ampliamente (re)conocido en otros países.
¡Un saludo!!