Curioseando en mi propia estantería, me reencontré con una preciosa edición de esta obra (Hesperus, José J. de Olañeta, Editor), ilustrada por Arthur Rackham (estos dibujos a su vez pertenecieron a la edición de William Heinemann, de 1908).
El relato inicia en tiempos en que colonos holandeses asentados cerca del río Hudson, al pie de las Montañas Kaatskill, veían el transcurrir de los días en ocupaciones sosegadas, salvo el protagonista, Rip Van Winkle, quien se encontraba completamente agobiado por su mujer debido a una absoluta falta de iniciativa en sí mismo para dedicarse a los asuntos familiares.
Los ajenos, en cambio, eran atendidos por su persona con solicitud ejemplar. “Declaraba, en efecto, que resultaba inútil trabajar en su granja; era el más endiablado trozo de tierra de todo el país.”
Los ajenos, en cambio, eran atendidos por su persona con solicitud ejemplar. “Declaraba, en efecto, que resultaba inútil trabajar en su granja; era el más endiablado trozo de tierra de todo el país.”
Esta disposición aletargada y distante, llamada “simple y bondadosa”, se veía únicamente empañada por la voz de su mujer.
“¿Qué valor puede resistir el continuo y siempre renovado terror de una lengua de mujer?”
El transcurrir de los días estaba amenizado por una tertulia de “sabios y filósofos” quienes, a falta de tópicos más profundos, se entretenían en un cotilleo ordinario -escudriñando con tesón los más íntimos sucesos del pueblo o cualquier otro asunto del que tuvieran noticia-, siempre presidido por el solemne retrato de Su Majestad Jorge III.
Para la mala suerte de Rip, estos felices encuentros fueron también disueltos por su mujer, cuya incansable lengua se dirigió a acusar a los asambleístas de “alentar a su marido en sus hábitos de ociosidad”.
El pobre hombre inició entonces una serie de correrías por los bosques, acompañado de su perro Wolf , hasta el día en que tuvo un encuentro sorprendente con un curioso viejo necesitado de ayuda para cargar un barril de licor. Esta situación lo condujo por un ascenso a la montaña, en la cual otros seres igualmente peculiares jugaban a los bolos. Todos bebieron del licor y e incluso Rip “se aventuró a probar la bebida, cuando nadie le miraba, encontrando que tenía mucho del excelente sabor holandés.”
En este punto del relato, nuestro personaje se sumerge en el abismo de un profundo sueño. Al despertar, además de pensar en una “excusa para la señora Winkle”, empieza a descubrir un notable cambio en el paisaje, en su escopeta, en sí mismo -la barba le había crecido-, y en la gente que va encontrando en su camino...
Habían pasado nada menos que veinte años: la imagen del Rey Jorge había sido sustituida por la del General Washington, y la noticia más feliz que recibió fue la que le anunció la muerte de su mujer.
“Y es deseo general de los maridos dominados por sus mujeres en la vecindad, cuando la vida les resulta muy pesada, poder beber un trago bienhechor del frasco de Rip Van Winkle.”
El Post Scriptum habla acerca de las leyendas de las Montañas de Kaatskill, consideradas por los indios como el hogar de los espíritus regidores del tiempo.
Este relato enlaza los tiempos de la Colonia Británica con el surgimiento de una América independiente, en la que se discutía sobre la preferencia conservadora o liberal. Tras su descenso, Rip habla de sí mismo como un “vasallo leal de Su Majestad”, con lo que provoca una actitud escandalizada por parte de sus oyentes.
El tiempo ha transcurrido librándolo de su mujer –su peor pesadilla-, otorgándole la posibilidad de vivir tranquilamente bajo la compañía y el resguardo de su hija:
“No teniendo ocupación en la casa, y habiendo alcanzado la edad feliz en que el hombre puede estar ocioso impunemente, ocupó de nuevo su lugar en el banco de la puerta de la taberna, donde era reverenciado como uno de los patriarcas de la aldea”.
El tiempo ha transcurrido librándolo de su mujer –su peor pesadilla-, otorgándole la posibilidad de vivir tranquilamente bajo la compañía y el resguardo de su hija:
“No teniendo ocupación en la casa, y habiendo alcanzado la edad feliz en que el hombre puede estar ocioso impunemente, ocupó de nuevo su lugar en el banco de la puerta de la taberna, donde era reverenciado como uno de los patriarcas de la aldea”.
Es notable la cantidad de elementos que el autor conjuga en esta obra: el tiempo implacable, la transformación incipiente de un país que ha logrado independizarse, las leyendas holandesas y locales, y la condición humana manifestada en este caso a través de la negligencia y la desidia.
Fue mejor para Rip Van Winkle perder -o evadir- veinte años de su vida que ver pasar los días en forma similar, agobiado por obligaciones y reclamos. Excelente.
Fue mejor para Rip Van Winkle perder -o evadir- veinte años de su vida que ver pasar los días en forma similar, agobiado por obligaciones y reclamos. Excelente.
3 comments:
Hola Andrómeda: para empezar las ilustraciones que trae el libro que reseñas son geniales en colores, detalles y composición (debo estar macaneando porque no sé nada de pintura, pero me imagino que es así) no se queda corta la historia y vaya manera de zafar de una esposa rompe cocos. Mi esposa es piola sino ya me hubiera tomado un licorcito para llegarme a 20 años después.
Buena reseña y una invitación a la lectura.
saludos
Coincido con Mariano, me encantan las ilustraciones. Gracias por compartirlas. Por cierto, también las ilustraciones de la columna de la izquierda.
Anoto el libro, y la reseña, invita a leerlo lo más pronto posible. Me pregunto...¿qué tomarían las mujeres de aquella época que se sentían dominadas por sus maridos? Ellos ya sabemos que licor, y ellas?? Besines enormes. Me gusta mucho leerte.
Yo tampoco sé mucho de ilustraciones, Mariano, pero estas me parecieron preciosas.
Sí que me hiciste reír con lo del licorcito. :) ¡Enhorabuena por las esposas comprensivas y agradables!
Gracias María, buena pregunta...
La pobre mujer tuvo que permanecer ahí, criando a los hijos. Vaya suerte, ¡¡sin licor!!! Grr
¡Abrazos!
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